Relatos de Esparto

Saturday, March 31, 2007

LA PLEITA



Con su ojo tapado por un trapillo negro, como un pirata, ciego de un ojo, así le llamábamos porque no conocíamos la palabra "tuerto", debido a la bala perdida de una guerra, quizá inexistente, con paso renqueante, apoyado en su garrota, fabricada por él mismo, de almendro, al fuego, como cada tarde, entraba por la puertecilla que daba al paseo el hermano Román.
Siempre con su hacecillo de esparto bajo el brazo, dispuesto a sentarse en el poyo de la cocina y dejar pasar las horas, manejando, con rara destreza, el esparto del que lo mismo salían cinchas como albardas.
Hombre entrañable, ochentón, al que, quizá por su desvalimiento, mi madre le tenía especial cariño y nosotros también por las muchas historietas que nos contaba.
De aquel día no pasaba, apesar del respeto que me merecía su garrota y de lo bien que la manejaba cuando le incordiábamos.
Emilio, el mozo de mulas, me regaló una "calabaza de cuello", propia para llevar el agua los peregrinos, pero que, en mi pueblo, la utilizaban para llevar vino, cuerva, cualquier brebaje que amenizara y sostuviera el ánimo en el acarreo.
.-- Te la tiene que ensogar el hermano Román, me dijo.
Aquel ojo que le quedaba, al tiempo que me daba confianza, me taladraba, me infundía respeto, tánto o más que los nudos de la garrota.
.-- Hermano Román, mire qué calabaza.
.-- Está vacía?
.-- Sí, Emilio le ha quitado las pipas.
.-- Bueno, pues ya la puedes llenar, pero el primer vino hay que tenerlo cuatro o cinco días y despues tirarlo.
.-- El caso es que...
Aquel ojo, por una vez, me pareció sonreir. Me dió ánimos para preguntar.
.-- Hermano Román, cómo se ensoguea una calabaza?
.-- Coño, pareces tonto. Se hace una soguilla de pleita, se enrrolla y se cose todo alrededor.
.-- Ah, yo creí que era más dificil.
.-- Lo sabes hacer tú?
.-- No, pero pensaba que, puesto que usted hace tomizas, la soguilla debe ser como una tomiza larga, no?
.-- Deja la calabaza aquí y lárgate.
Me lo esperaba y me largué, dejando allí mi calabaza, huérfana de pipas.
Dos días más tarde, sentado bajo el peral, ví abrirse la puertecilla del paseo. Entraba el hermano Román, renqueante, con su garrota de almendro, como siempre, pero no llevaba bajo el brazo su habitual hacecillo de esparto, lo había empleado en forrar mi calabaza con pleita.
Me hizo feliz.
Greco

Sunday, March 25, 2007

LA FIESTA


Humean todavía los barbechos, trayendo hacia el pueblo su típico olor familiar, casi de hogar.
Ya no pueden quedar nidos de codorniz entre los surcos y, supongo,los pocos lagartos que quedasen, ya estarán a salvo entre las piedras protectoras del majuelo. Los girasoles lucen en todo su esplendor, invitando al hurto de su todavía tierno fruto, compañero mil veces de tertulia bajo la vieja chopa que preside la plaza del pueblo.
Todas las conversaciones giran en torno a la cosecha, ya pasada, del cereal y la próxima de la uva. El tiempo, bajo su sombra, se hace eterno. Con buen criterio, el Sr. Alcalde había hecho rodear la chopa con un poyo, fiel compañero de cuitas, sueños y ronquidos de mayores, lugar de encuentro púdico de parejas, digo "púdico" porque las había que se iban a las eras, y trampolín de descalabros de pequeños.
Todos los años, por estas fechas, sin puntualidad de calendario, se encala el poyo y hasta un trozo de la chopa; es la señal inequívoca de que se aproximan las fiestas.
Cuando, renqueante, llega el Rápido, pomposo nombre para un autobús cansino, todos los chavales "salíamos" para ver quién llegaba de la capital, Cada día se repetía el ritual. Cuando se despejaba la nube de polvo que el Rápido arrastraba en pos de sí, los chavales, con las caras blancas y los ojos irritados, veíamos descender a las gentes que venían cargadas de cajas, maletas, y que, la mañana anterior, habían salido del pueblo también cargados, pero esta vez de pollos, huevos, chorizos..., era la ley del trueque.
Pero esta tarde era diferente. Los chavales y medio pueblo no esperábamos al "Rápido", si no al camión de los músicos. Es que, en mi pueblo, lo que se dice banda, no había; sólo tres o cuatro músicos que más que nada tocaban el acordeón los domingos en la tahona, baile oficial. Por eso, año tras año, se repetía el mismo espectáculo porque lo era la llegada del camión del "Tin" cargado de músicos, con uniforme y todo, del pueblo de "La Cañada", hoy a quince kilómetros y entonces, en la perspectiva de mis seis años, en el fin del mundo.
Ya se había efectuado el reparto entre los ricos y las fuerzas vivas que, por esas casualidades de la vida, eran los mismos. En mi casa, siempre tocaban dos. Es que el presupuesto del pueblo no daba para alojar en la posada a los diez o quince músicos que componían tan virtuosa agrupación, amén de que, en esos tres días que duraban las fiestas, la posada estaba repleta de quincalleros y feriantes de diferente condición. Así,los músicos se repartían, como buenamente se podía, entre las casas con más posibles.
Como decía, la llegada del camión de los músicos era un acontecimiento; traían la alegría y esa misma tarde debutaban recorriendo las tres calles del pueblo al son del pasodoble de rigor.
Lo que puede un uniforme! Las mozas se acicalaban como nunca y más de una hubo que, despues de las fiestas, se quedó con la partitura pero sin instrumento para tocarla.
A mí, siempre me llamaba la atención el del bombo. Qué no hubiera dado yo por poder aporrear, sin límite, tal aparato! También me gustaban, más que nada por lo resplandecientes, los platillos y el trombón.
Y, una vez más, llegó el camión del "Tin" cargado de músicos que fueron bajando a saltos y alineándose delante del alguacil, ya provisto de la lista de alojamiento.
Despues de todo, era repetir el ritual: pasacalles y, cuando pasaba la banda por la casa donde algún músico se tenía que alojar, allí se quedaba el interesado, por lo que, cada poco, el grupo iba menguando y, a la altura de la casa del boticario, se acababa la cuestión, ya que, para entonces, solo quedaba el director y algún concejal de La Cañada que ya iban directos a mi casa.
A todo esto, los chavales siempre íbamos acompañando al "cohetero", por delante de la comitiva.
El cohetero era el Antolín, un herrero del pueblo, tan bueno como burro, que se jactaba de tirar los cohetes por debajo de la entrepierna para mayor regocijo de la chavalería.
Con el tiempo, contado por él mismo, pude saber que iba forrado con un baleillo, de los que usan los moruecos. Claro, tenía que ser así, pues más de una explosión de "pedo gorrina", la llamábamos así porque eran flojas, de no haber ido protegido, le habría volado las "joyas de familia".
También, a falta de cabezudos, el bueno de Antolín manejaba, con singular destreza, una vegiga de gorrino, sobada convenientemente con salvado e infladaa tope, con la que golpeaba, entre salva y salva, a todo el chiquillerío; era más el ruido que las nueces, pues nunca hacía daño.
En esta especial procesión, para nosotros, lo importante era recuperar las varillas de los cohetes. Había que tener una habilidad especial para casi adivinar las intenciones del Antolín y saber hacia dónde iba a dirigir el cohete y si era de uno, dos o tres tiros y coger la varilla antes de que cayese al suelo, pues la competencia era terrible. De hecho, cuando queríamos decirle a alguno que era tonto, siempre utilizábamos la misma expresión: "tú, pocas varillas de cohete has cogido"...
Con todo este jaleo, la tarde se ha hecho noche. Tengo que correr a casa; seguro que la zapatilla de mi abuela no me andará lejos.
Pero esta noche es cuando sueltan al toro de carretillas. Jó, corre..., ya he perdido las tres varillas de cohete que llevaba; el Luisito se las habrá encontrado. Bueno, esta noche cogeré más.
Greco

Saturday, March 17, 2007

EL VIEJO POETA


Cada tarde, a la caída del sol, sentado bajo el árbol milenario de la plaza, el viejo poeta, así le llamábamos, nos embelesaba con sus hermosos relatos y poemas. Su barba blanca y un tanto desaliñada, le daba el especial encanto del bohemio. Chicos y grandes, sentados a su alrededor, no perdíamos ni una sola de sus palabras que, para todos, eran sagradas. Era veneración lo que, por él, se sentía en el pueblo, donde, no se sabe cuándo, apareció un buen día. Como juglar errante, llegó sin más equipaje que sus versos y debió parecerle que había llegado ya su hora de asentarse definitivamente y descansar de sus andares.
Una tarde, llevado por la curiosidad infantil, no pude por menos que lanzarle la pregunta: Por qué te has hecho poeta?, para, a continuación, rematar la faena: Cómo se hace un poeta?
El viejo poeta, al que llamaremos Rojo, porque, según él, rojo era su corazón, mirándome de soslayo, con una mueca que quería parecerse a una sonrisa, comenzó su clase magistral.
-- - Los hombres, comenzó, cuando nacemos, nos asemejamos a una frágil caja de cristal. Ninguna es idéntica a la otra, pero, en principio, todas son transparentes.
Las cajas, vacías en un principio, comienzan a llenarse de seres etéreos, sin cuerpo, que buscan dónde cobijarse.
En una caja, se introduce un carpintero, en otra un doctor, un profesor, así sucesivamente. Uno de esos seres es un poeta. Ellos son los que van a dirigir el cuerpo en el que han encontrado acomodo, de tal forma, que no importa el tamaño, el color o la forma de esa caja-cuerpo en la que se han introducido.
Durante su corta o larga vida, van a desarrollar su actividad, según la vaya marcando el cerebro de ese ser oculto.
Por eso, niño, te puedo decir que yo no soy poeta. El poeta está dentro de mí y no se deja ver. Ni yo lo he visto. Es muy celoso de su intimidad y, como no tiene nombre, se lo otorga él mismo con uno inventado.
--- Pero tú recitas y escribes poesías, eso lo hemos visto todos, Rojo.
--- No, estás equivocado. Yo no recito poesías salidas de mi mente, son las que él, el poeta, me ha ordenado recitar porque no tiene voz, su voz es la mía. Y vaya si se molesta cuando no lo hago como cree que debiera hacerlo...
Tampoco escribo las poesías que leeis. No soy si no un pobre escribidor de versos que me van dictando desde dentro.
--- Pues vaya lío! Según dices, sois dos?
--- Así es, con todo lo que eso conlleva. En muchas ocasiones, sabes, no estamos de acuerdo en lo que me dicta y lo que quiero escribir. Es una lucha entre mi razón y su corazón, en la que, casi siempre, salgo derrotado.
Había otra pregunta: cómo se hace un poeta. Sólo hay un camino, la humildad. Humildad para aprender constantemente, para estar abierto a toda crítica, no siempre justa. Humildad para escuchar, para observar y sentir la naturaleza, para preguntar aquello que no sabemos, sin temor al "qué dirán"...
Así se forma un poeta. Por eso, con los años, siguiendo esas pautas, cada vez, su sabiduría crece y muere aprendiendo.
Fue una bella lección que no esperaba. Quizá fue lo que me hizo mirar dentro de mí, intentando buscar mi poeta, labor en la que todavía continúo.
Greco

Monday, March 12, 2007

LA SIESTA



Son las tres de la tarde.
Todo está, aparentemente, muerto; todo menos las dichosas chicharras que se desgañitan. Se caen los pájaros de culo y pienso que, en el infierno, no puede hacer más calor.
Intento estar quieto para no sudar, pero las sábanas se me pegan a la espalda como si quisieran abrazarme. Es la hora de la siesta.
Seguramente, fuera, solo andarán los segadores y las espigadoras que parecen no tener calor nunca. Siempre me ha extrañado ver a esa gente, con tanto calor, tapados de pies a cabeza y he llegado a la conclusión de que es que siempre tienen frío.
Esta tarde, cuando baje un poco el sol, iré al majuelo del Sr. Juán. Al lado, tiene una huerta que cría de todo, pero lo que más me gusta es la balsa que tiene en la parte alta y que le sirve para regar. Es un poco pequeña, pero ya cabemos los dos hijos del Sr. Juán y yo. Es que, despues de andar los dos o tres kilómetros que lo separan del pueblo, siempre dan ganas de refrescarse.
Lo pasamos bien hasta que el hombre nos quita el agua, pero entonces, nos sentamos al borde de una de las innumerables regueras por las que corre el agua buscando sus surcos.
El trozo de hogaza que nos da el S, Juán nos sabe a gloria, unido a un tomate o un pepino que nosotros mismos arrancamos y refrescamos en la reguera, aunque, el otro día, Lucas cogió un "entripao" porque se comió dos pepinos y se infló de agua. El resultado fué que lo tuvo que llevar su padre al médico, en el borrico. Menos mal que, al día siguiente, ya se le pasó. Lo malo es que, a raiz de esto. el Sr. Juán no nos dejaba comer pepinos en la huerta y teníamos que suplirlos cogiendo garbanzos verdes en una tierra de al lado. Así se nos hacía la noche, la hora de volver los segadores al pueblo.
Volvían llenos de polvo y se les veía como cansados, pero el caso es que se gastaban bromas y hasta cantaban y digo yo que sería porque les gustaba mucho el segar, tanto que algunos había que se quedaban a dormir en el tajo.
También volvía, a esa hora, la dula. Me chocaba que, según iba pasando por el pueblo, cada cabra se iba quedando en la puerta de su casa, o sea que las cabras no son tontas. Qué contraste con la hora de la siesta!
Ahora el pueblo tiene vida, todo el mundo en la calle. Unos, paseando, otros, simplemente sentados a la puerta de las casas, comentando cómo les había ido el día.
Nosotros, como siempre, jugando. A esas horas, nos gustaba jugar al escondite, pero tuvimos que dejar de hacerlo porque a Pablo y a Laura siempre les pillábamos enseguida, juntos, y se enteró su madre; parece que no le gustó.
Pablo decía que no era su novia, pero le gustaba porque tenía el culo muy gordo; lo cierto es que siempre se escondía con ella. Otras veces, nos tumbábamos en la acera, todavía caliente, boca arriba, para ver las estrellas de la Osa Menor y el lucero, siempre en el mismo sitio, quizá porque venían a la misma hora. Mi abuela decía que el lucero brilla más porque los que cuidan de que las estrellas no se apaguen, supongo que se llamarán "los estrelleros", le echaban más carbón en el horno que lleva en las tripas, para que pudiese alumbrar mejor los caminos del cielo, pero lo cierto es que, apesar de todo su brillo, yo no he visto ningún camino y, aunque los viera, cómo iba a poder andar por ellos?
A lo mejor ella, como es tan vieja, sí lo sabe; a lo mejor, ya ha estado.
Greco

Monday, March 05, 2007

EL LAUDINO



La verdad es que esa tarde la teníamos chunga por culpa de Pepito, el Pirracas. Ayer no se le ocurrió otra cosa que, aprovechando la hora de la siesta, subirse a su palomar para soltar a su palomo "ladrón", pensando que D. Juan, el cura, estaría, normal, durmiendo.
Efectivamente, lo estaba y el momento era propicio para "volar" el palomo, aprovechando la canícula. Además, es que le tocaba, pues nos alternábamos los días y hoy no me toca amí.
La cosa venía de largo, de hacía un año, cuando, por competir, soltamos los dos palomos, el mismo día y a la misma hora. El resultado fue desastroso ya que, en vez de atraer palomas en celo, se enzarzaron en pelear entre ellos y acabaron ambos malheridos.
Así, un día soltaba el Pirracas su palomo y otro día lo soltaba yo. Daba gusto ver al palomo volar alrededor de su pieza, convenciéndola de que lo siguiera hasta su palomar.
D. Juan estaba intrigado y así lo comentaba, ya que, tan pronto veía que el palomar de la Iglesia estaba repleto, como quedaba vacío, cuando el único milagro era que, una vez que habíamos conseguido el trasvase de todas las palomas, las soltábamos y vuelta a empezar.
Era un secreto a voces en el pueblo, pero nadie nos denunciaba. Pero el amor propio del cura estaba en juego. Más de una vez, amenazó con pegarle un tiro al primer ladrón que rondara la torre.
Pues ayer, en plena canícula y, cuando la desbandada de palomas era total, quiso la mala suerte que Dñª Rita, la santera, tuviera que acudir a la Iglesia para preparar el altar para la novena de San Roque.
Aquella danza y trasiego de palomas le debió parecer fuera de lo normal y le faltó tiempo para avisarle a D. Juan. Ya de por sí, tenía malas pulgas, pero ese despertar en plena siesta, debió colmar el vaso de su paciencia y, sí, cumplió su amenaza y mató al palomo ladrón, no sin antes asegurarse de que entraba y salía siempre del palomar de Pepito.
Anoche, para no enfriar el asunto, se presentó en su casa, hecho una fiera. La consecuencia fue que el Pirracas "cantó" de plano y esta tarde tenemos que pasar todos por el confesionario, dice que para preparar la confirmación, pero yo sé que no es así, que quiere sonsacarnos. Tengo que inventarme una confesión que quede bien.
Jó, qué bueno es ser cura! Ellos se confiesan solos y no creo que se pongan ni penitencia!
Greco

Sunday, March 04, 2007

TU DESIERTO


Perdidos en la niebla de la vida, amparados por las sombras de la noche, Llegados por caminos diferentes, confluímos en el desierto de la soledad, recuerdas?
Tú llegabas de no sé dónde, qué más da, descalza de razones, desnuda de ilusión, cansada y desorientada, hambrienta de amor y sedienta de besos olvidados en un pasado rutinario.
Yo, sentado en el cruce de caminos, también sin norte, juro que no te esperaba. Pero apareciste ante mí, nos miramos y, sin mediar palabra, nos pusimos en camino, sin mirar hacia atrás, en busca de un oasis deseado en el que poder reposar y descargar el penoso lastre con que la vida nos había regalado.
Lento nuestro caminar, fueron largas las jornadas en las que, apoyado el uno en el otro, siempre con el mismo objetivo en la mente, sorteamos dunas de incertidumbre y agotamos las últimas gotas de nuestro propio sudor. Fueron noches silenciosas, en las que sólo nuestras miradas se encontraban, confundidas y deseosas, pero temerosas al tiempo, verdad?
Así, lentamente, en un despertar casi eterno, un mal día, divisamos el palmeral de las esperanzas truncadas. Locos, corrimos hacia él. Saciamos nuestra sed, amamos hasta quedar ahítos y... olvidamos, sí, olvidamos.
Cuando, a la mañana siguiente, desperté, ya no estabas a mi lado. Un tímido rescoldo me mostraba los restos de un incipiente amor que habías arrojado al fuego de tus miedos.
Te supongo vagando, de nuevo, por ese tu desierto del que ya nunca saldrás. Únicamente, quizá, en tu amargo caminar, divises algún espejismo que te hará, si cabe, más duro el despertar.
Greco

Friday, March 02, 2007

EL HERMANO PICARDIAS


Tenía el huerto a la salida del pueblo, por la parte del convento, regado generosamente por el agua sobrante del Pilar, en realidad de la alberca que, más tarde, nos enteramos le daba el nombre al pueblo.
Pequeño y enjuto, como una algarroba seca, de mirada pícara y más vivo que las lagartijas, tenía fama en el pueblo de mal caracter e insociable, pero, con nosotros, había establecido un pacto, nunca escrito, de no agresión por el que, de vez en cuando, podíamos coger y comer un tomate para merendar, mientras nos refrescábamos en su azequia y, a cambio, nosotros no te destrozábamos el huerto y hasta se lo defendíamos de posibles "invasores".
No estaba bien visto en el pueblo porque no iba a misa y decían que era rojo, cosa que nunca pudimos comprender ni comprobar, por mucho que lo mirábamos.
De tez cetrina, más bien mora, a lo mejor descendiente de los del Cerro Motejón, intentábamos verle al gún parecido con lo más rojo que habíamos visto en el pueblo que fue la cara de Pepequín cuando cogió el sarampión.
Y no por eso nadie dejó de quererlo en el pueblo, al contrario. Todo el mundo se preocupaba de él, hasta el punto de que toda la cuadrilla estábamos deseando coger esa enfermedad por la que te premiaban con mimos especiales.
--No os acerquéis a él que lo vais a coger!
Y qué más queríamos nosotros, cuando veíamos los platos de natillas con rolletes que se zampaba, sin ningún tipo de malestar. Encima, nos miraba como diciendo: os jorobais que yo tengo sarampión!
--Y ésto dura mucho?
--No, en una semana, estará bien.
Ah, ya lo pagará porque no tuvo un detalle con los amigos. Pero a lo que íbamos. El hermano Picardías, una buena tarde, siempre trabajando en el huerto, nos pilló en un fallo.
Se nos había terminado el zumaque, tallo seco de una especie de arbusto al que, bien prendido, le hacíamos servir de sucedáneo del tabaco.
Ante aquella emergencia, siempre teníamos la solución de las hojas de morera secas y machacadas, a veces hasta paja, envueltas en papel de estraza del de Tin. El humo y el olor eran insoportables, con lo que nuestras toses formaban un coro dificil de ocultar.
--Pero qué estais haciendo, chicos?
Me encontró con el humo dentro de la boca, sin ánimo para respirar, aguantando hasta que casi se me saltaron los ojos.
--No os da vergüenza? Se lo voy a decir a vuestros padres!
Y se marchó tan fresco. Llevábamos tiempo intrigados, ya que el hermano Picardías era un fumador empedernido, siempre de picadura de petaca, y nunca le vimos comprar tabaco. Pero hasta el momento de esa amenaza tan directa, no nos decidimos a actuar. Si él nos hacía una faena, no le saldría gratis.
--Veis esas plantas grandes?
-- Claro, son acelgas.
El rocío del amanecer nos calaba hasta los huesos.
--Y tú has visto a alguien que arranque hojas de acelga, las ponga bien colocadas, una encima de la otra, las tape con una teja y les ponga un peso encima? Mira, tiene cuatro montones y el primero ya está casi negro.
Era cuestión de esperar. Tranquilo, con parsimonia casi oriental, observamos, atónitos, cómo separaba hoja por hoja, las molía con sus manos y recargaba la petaca.
--Anda, por eso no iba por la tienda del Tin, tenía su propio tabaco.
--Pero por qué lo mantenía en secreto?
--Oiga, hermano!
Sobresaltado, su cara cetrina quedó blanca como el yeso.
--Eso se fuma?
No tuvo más remedio que confesarnos que era algo prohibido y muy castigado.
--Entonces, lo de la paja...?
Nunca lo delatamos. Probamos una hoja de esas pero nos hacía toser más. No lo dudamos, de vez en cuando, seguimos con el zumaque.
Greco