Relatos de Esparto

Friday, March 02, 2007

EL HERMANO PICARDIAS


Tenía el huerto a la salida del pueblo, por la parte del convento, regado generosamente por el agua sobrante del Pilar, en realidad de la alberca que, más tarde, nos enteramos le daba el nombre al pueblo.
Pequeño y enjuto, como una algarroba seca, de mirada pícara y más vivo que las lagartijas, tenía fama en el pueblo de mal caracter e insociable, pero, con nosotros, había establecido un pacto, nunca escrito, de no agresión por el que, de vez en cuando, podíamos coger y comer un tomate para merendar, mientras nos refrescábamos en su azequia y, a cambio, nosotros no te destrozábamos el huerto y hasta se lo defendíamos de posibles "invasores".
No estaba bien visto en el pueblo porque no iba a misa y decían que era rojo, cosa que nunca pudimos comprender ni comprobar, por mucho que lo mirábamos.
De tez cetrina, más bien mora, a lo mejor descendiente de los del Cerro Motejón, intentábamos verle al gún parecido con lo más rojo que habíamos visto en el pueblo que fue la cara de Pepequín cuando cogió el sarampión.
Y no por eso nadie dejó de quererlo en el pueblo, al contrario. Todo el mundo se preocupaba de él, hasta el punto de que toda la cuadrilla estábamos deseando coger esa enfermedad por la que te premiaban con mimos especiales.
--No os acerquéis a él que lo vais a coger!
Y qué más queríamos nosotros, cuando veíamos los platos de natillas con rolletes que se zampaba, sin ningún tipo de malestar. Encima, nos miraba como diciendo: os jorobais que yo tengo sarampión!
--Y ésto dura mucho?
--No, en una semana, estará bien.
Ah, ya lo pagará porque no tuvo un detalle con los amigos. Pero a lo que íbamos. El hermano Picardías, una buena tarde, siempre trabajando en el huerto, nos pilló en un fallo.
Se nos había terminado el zumaque, tallo seco de una especie de arbusto al que, bien prendido, le hacíamos servir de sucedáneo del tabaco.
Ante aquella emergencia, siempre teníamos la solución de las hojas de morera secas y machacadas, a veces hasta paja, envueltas en papel de estraza del de Tin. El humo y el olor eran insoportables, con lo que nuestras toses formaban un coro dificil de ocultar.
--Pero qué estais haciendo, chicos?
Me encontró con el humo dentro de la boca, sin ánimo para respirar, aguantando hasta que casi se me saltaron los ojos.
--No os da vergüenza? Se lo voy a decir a vuestros padres!
Y se marchó tan fresco. Llevábamos tiempo intrigados, ya que el hermano Picardías era un fumador empedernido, siempre de picadura de petaca, y nunca le vimos comprar tabaco. Pero hasta el momento de esa amenaza tan directa, no nos decidimos a actuar. Si él nos hacía una faena, no le saldría gratis.
--Veis esas plantas grandes?
-- Claro, son acelgas.
El rocío del amanecer nos calaba hasta los huesos.
--Y tú has visto a alguien que arranque hojas de acelga, las ponga bien colocadas, una encima de la otra, las tape con una teja y les ponga un peso encima? Mira, tiene cuatro montones y el primero ya está casi negro.
Era cuestión de esperar. Tranquilo, con parsimonia casi oriental, observamos, atónitos, cómo separaba hoja por hoja, las molía con sus manos y recargaba la petaca.
--Anda, por eso no iba por la tienda del Tin, tenía su propio tabaco.
--Pero por qué lo mantenía en secreto?
--Oiga, hermano!
Sobresaltado, su cara cetrina quedó blanca como el yeso.
--Eso se fuma?
No tuvo más remedio que confesarnos que era algo prohibido y muy castigado.
--Entonces, lo de la paja...?
Nunca lo delatamos. Probamos una hoja de esas pero nos hacía toser más. No lo dudamos, de vez en cuando, seguimos con el zumaque.
Greco

2 Comments:

  • At 3:58 PM, Anonymous Anonymous said…

    Picaresca a tope la de estos chavalitos. Que gracioso son y que bien plasmas los detalles. La referencia al sarampión me ha hecho recordar tiempos infantiles.
    Un abrazo,
    MLeo

     
  • At 4:51 PM, Blogger Greco said…

    La verdad es que tengo la impresión de que no hace tanto tiempo que lo paasaste.
    Un beso

     

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