Relatos de Esparto

Wednesday, July 25, 2007

ZACARÍAS EL CHAMARILERO (1ª parte)


No era noche de andar. El camino, cada vez más abrupto y romo, indicaba que el final estaba cerca.
El viejo chamarilero, un día más, después de recorrer los, cada vez más abandonados, pueblos, se retiraba a su refugio, no se sabe si habiendo ganado o perdido, en sus raquíticas transacciones, dándose el caso que, algún aguamanil ya había pasado por sus manos en, al menos, cuatro o cinco ocasiones.
Pero el bueno de Zacarías, con su no menos tranquilo rucio "Chisco", nunca volvía de vacío de alimento que las buenas gentes del contorno le proporcionaban, a cambio de sus múltiples cambalaches.
Ya divisaba su vieja palloza que nunca pagó, pero siempre habitó, sin que, hasta el momento, tampoco nadie le raclamara por ello.
Allí, huérfano de compañía que no fuera la de Chisco, pero lleno de recuerdos, al amor de la lumbre de jaras y tomillos, cada noche, se sentía el ser más feliz del mundo, despues de dar buena cuenta del queso rancio o lo que hubiese menester, que no era la delicadeza en el comer lo que perdería a Zacarías. Luego, envuelto en lo que, en su día, debió ser una manta morellana, sin encomendarse a Dios ni al diablo, se sumergía en un profundo letargo del que sólo le sacaría el ténue rayo de sol que se filtraba por un ventanuco.
Y así, pensaba, mientras, con andar cansino, se acercaba a su retiro, día tras día, hasta que llegara el momento de su muerte que nada presagiaba.
Pero aquel atardecer iba a ser diferente. La gente se había portado con él, especialmente generosa. Como en años anteriores, llegado el veinticuatro de diciembre, lo que, a diario, era un trozo de queso o tocino, se convertía en ricas empanadas, chorizos y demás viandas de matanza que, bien administradas y conservadas por los fríos del páramo, le ayudaban a pasar el largo invierno. No faltaba tampoco quien le obsequiaba con alguna botella de vino o de orujo bien fuerte, siempre de agradecer en las frías mañanas que se avecinaban. Por todo eso, caminaba Zacarías cansino, pero más alegre que de costumbre.
-- Sooooooo, Chisco; ya hemos llegado; no hueles tu grano?
Era lo único que no podía faltar en aquella, su mal llamada casa, el grano y la paja, de los que le proveía el Concejo, por los múltiples recados y encargos que, últimamente, realizaba, llevando y trayendo encomiendas de los diferentes pueblos y aldéas que visitaba.
El inconfundible olor a humo de jaras impregna el entorno, mientras Zacarías va descargando sus bártulos, entre el estrépito del latón y las campanillas de la vieja collera con que adornaba el cuello de su rocín.
-- Ya nos hemos ganado el descanso por hoy, Chisco. Vamos para adentro que empieza a caer el relente.
Solo la débil luz del rescoldo deja, apenas, ver el entorno. Como un autómata, con movimientos bien aprendidos, el anciano enciende el viejo candil de sebo, único foco de luz que le sobra y basta, ya que, lo único que puede y sabe leer son sus propios pensamientos.
Con paso vacilante, se dirige al rincón de Chisco. Allí, tumbado en la paja seca, lo encuentra dando buena cuenta del grano de la espuerta comedera.. Después, es él quien se desprende de sus mojados peales y atiza el fuego, medio dormido durante el día y que, ahora baila entre ardientes chustas.
Esto es vida!, piensa, mientras saca de la alforja su magra cena, aunque hoy, por ser el día que es, va a hacer algún extra y mañana Dios dírá, pues no es dia de viajar el de Navidad. Se tumba al lado del fuego, en su jergón de romeros secos, pensando en que, mañana, bajará al pueblo, con sus mejores atos, a la misa mayor, donde, siempre, recibe algún aguinaldo atrasado. Chisco no, se quedará descansando que buena falta le hace, pues los años también le pasan factura...
Por su mente, van pasando recuerdos vagos de una infancia que, quizá, hasta fue feliz, aunque nunca lograra traspasar esa cortina de la felicidad. Solo miseria, hambre.., Diós!, qué fría es el hambre, y palos, muchos palos vuelan entre las figuras caprichosas que forma el humo amigo. Al final, el sueño y el cansancio ganan la partida.
Pero estaba escrito: no iba a ser aquella su noche más tranquila, aunque, quizás, pasado el tiempo, fuera la más feliz.
No más, vencido por el sueño, atinó a oir, como en la lejanía, unos ténues golpes, casi temerosos, en la puerta de su choza. Alguna alimaña, pensó, viendo seguro el descanso de su viejo asno.
GRECO
Continuará...

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