Relatos de Esparto

Sunday, July 29, 2007

ZACARÍAS EL CHAMARILERO (2ª parte)


No bien se dio media vuelta para retomar su sueño, aquellos golpes sonaron insistentes, en esta ocasión, con más fuerza. Tambié percibió lo que le pareció un gemido. Eso hizo que acudiera presto, para tratar de ver y ayudar a quien pudiera andar descarriado por aquellos andurriales. No podía ser de otra forma.
--Quién va?
--Abra, por el amor de Dios.
No podía dar crédito a lo que tenía delante de sí.
--Pero, buena mujer, qué haceis, a estas horas por aquí? No sabeis de los peligros que correis con tantas alimañas como por aquí habitan? Pasad, pasad, debeis estar congelada.
Aquellos ojos, llenos de un agradecimiento infinito, quedaron grabados a fuego en el corazón del viejo Zacarías.
--Perdonad, buen hombre, que os venga a molestar a estas horas tan intempestivas, pero no teníamos dónde pasar la noche y el humo de vuestra cabaña nos ha dirigido hacia vos.
--"No teníais"..., acaso...?
La mujer, en aquel momento, desenvolviendo el hatillo que portaba encima, dejó ver, ante la atónita mirada del chamarilero, un hermoso niño que, apenas, atinaba a balbucear y a mover sus bracitos y piernas, al calor del regazo materno.
--Pero quién sois vos? Qué haceis aquí a estas horas, con este niño tan chiquitín?
--Calmáos, Zacarías, solo hemos venido a pasar esta nochebuena con vos, así de fácil.
--Pero señora, no tengo, apenas, nada que ofreceros; soy un pobre entre los más pobres.
--Créis? Acaso carecéis de la fe que os hace andar, con la rectitud que la dignidad imprime? O es necesaria la riqueza para ello?
--Pero señora...
--Vuestra vida, apesar de los múltiples quebrantos, no está llena de esperanza? Y, por último, lo poco que poseéis, no estais dispuesto a repartirlo con quien la suerte le ha sido más ingrata que a vos? Sois rico entre los más ricos, con la condición de que vuestra riqueza nunca estará sometida a los caprichosos vaivenes de la vida.
--Sí, claro, mirado así..., pero, buena mujer, acercáos bien a la lumbre. Mucho frío habeis debido pasar y el pobre niño... . Esperad, debo tener, no sé por dónde, la verdad, pero estaba buscando, una camisa limpia, o lo que queda de ella, con la que podreis arropar al crío; al menos, estará seca.
--No os preocupeis, buen Zacarías, la necesitaréis vos para bajar al pueblo, no?
--Pe.. pero cómo sabeis mi nombre y mis intenciones, señora?
--Tu generosidad trasciende de tu entorno; esa es la razón por la que estamos hoy aquí y no en otro lugar.
--Venga, venga, aquí tenemos..., hoy ha habido suerte porque hasta tenemos una pastilla de turrón.
Así, nervioso, el viejo buhonero iba extendiendo, en improvisada mesa de paja, trozos de pan, chorizo, queso..., todo lo recolectado, en fin, para terminar con la flamante barra de turrón.
--Es que hoy es nochebuena, sabeis? Cuando yo era pequeño, el Sr. Cura nos explicaba que, tal día como hoy, había nacido Dios, bueno, su Hijo, digo yo.Y, aunque nunca lo he visto, pues, cuando todo el mundo lo celebra, algo habrá de verdad, no pensais?
--No sabeis cuán cierto es lo que contáis, Zacarías.
--Esperad, voy a calentar un poco de leche para el zagal, jé jé, tambié tendrá hambre el pobrecillo.
--Y cómo os podré pagar vuestros desvelos?
--Pagar? Tendría que hacerlo yo en todo caso. No sabeis la tristeza de un día de éstos en los que la soledad te hiela el alma, cuando afloran los recuerdos de los momentos que, en su día, fueron felices y que ahora, solo son lastre para una esperanza ya perdida. Nunca pude pensar que íbais a aparecer, como caída del cielo, para acompañar a este pobre anciano, en fecha tan señalada, cuando atisba su ocaso en el horizonte de la vida. Por cierto, no sé cómo os debo llamar, ni vuestra procedencia.
--Mejor así. Mañana, con las primeras luces, nos iremos.
--Pero no os podeis marchar así, con estos fríos. Al menos, dejad que os acerque hasta el pueblo. Teneis, acaso, allí familiares?
--Descansad ahora, Zacarías. Vos sois mi familia en esta noche especial.
--Mirad, os he preparado un lecho, al lado de la lumbre. Es duro, pero, al menos, no pasareis frío y Chisco no os molestará.
--Nunca podríamos dormir en mejor lecho. No guardeis reparo alguno.
El silencio se hizo en la choza. Sólo el crepitar de la lumbre arrullaba la noche. Un dulce sopor se apoderó del anciano chamarilero que hizo su sueño eterno.
Cuando los vecinos, alarmados por la larga ausencia del anciano, al ver al viejo Chisco deambular. solo, por el pueblo, subieron a la palloza abandonada, pudieron observar, estupefactos, cómo Zacarías permanecía dormido para siempre, al lado de una lumbre jóven, apesar del tiempo transcurrido.
A su vera, un canastillo de rosas frescas, impregnaba el ambiente. Su rostro transmitía la tranquilidad del hombre feliz.
Adiós, Zacarías.
Adiós, buen hombre.


Greco

Wednesday, July 25, 2007

ZACARÍAS EL CHAMARILERO (1ª parte)


No era noche de andar. El camino, cada vez más abrupto y romo, indicaba que el final estaba cerca.
El viejo chamarilero, un día más, después de recorrer los, cada vez más abandonados, pueblos, se retiraba a su refugio, no se sabe si habiendo ganado o perdido, en sus raquíticas transacciones, dándose el caso que, algún aguamanil ya había pasado por sus manos en, al menos, cuatro o cinco ocasiones.
Pero el bueno de Zacarías, con su no menos tranquilo rucio "Chisco", nunca volvía de vacío de alimento que las buenas gentes del contorno le proporcionaban, a cambio de sus múltiples cambalaches.
Ya divisaba su vieja palloza que nunca pagó, pero siempre habitó, sin que, hasta el momento, tampoco nadie le raclamara por ello.
Allí, huérfano de compañía que no fuera la de Chisco, pero lleno de recuerdos, al amor de la lumbre de jaras y tomillos, cada noche, se sentía el ser más feliz del mundo, despues de dar buena cuenta del queso rancio o lo que hubiese menester, que no era la delicadeza en el comer lo que perdería a Zacarías. Luego, envuelto en lo que, en su día, debió ser una manta morellana, sin encomendarse a Dios ni al diablo, se sumergía en un profundo letargo del que sólo le sacaría el ténue rayo de sol que se filtraba por un ventanuco.
Y así, pensaba, mientras, con andar cansino, se acercaba a su retiro, día tras día, hasta que llegara el momento de su muerte que nada presagiaba.
Pero aquel atardecer iba a ser diferente. La gente se había portado con él, especialmente generosa. Como en años anteriores, llegado el veinticuatro de diciembre, lo que, a diario, era un trozo de queso o tocino, se convertía en ricas empanadas, chorizos y demás viandas de matanza que, bien administradas y conservadas por los fríos del páramo, le ayudaban a pasar el largo invierno. No faltaba tampoco quien le obsequiaba con alguna botella de vino o de orujo bien fuerte, siempre de agradecer en las frías mañanas que se avecinaban. Por todo eso, caminaba Zacarías cansino, pero más alegre que de costumbre.
-- Sooooooo, Chisco; ya hemos llegado; no hueles tu grano?
Era lo único que no podía faltar en aquella, su mal llamada casa, el grano y la paja, de los que le proveía el Concejo, por los múltiples recados y encargos que, últimamente, realizaba, llevando y trayendo encomiendas de los diferentes pueblos y aldéas que visitaba.
El inconfundible olor a humo de jaras impregna el entorno, mientras Zacarías va descargando sus bártulos, entre el estrépito del latón y las campanillas de la vieja collera con que adornaba el cuello de su rocín.
-- Ya nos hemos ganado el descanso por hoy, Chisco. Vamos para adentro que empieza a caer el relente.
Solo la débil luz del rescoldo deja, apenas, ver el entorno. Como un autómata, con movimientos bien aprendidos, el anciano enciende el viejo candil de sebo, único foco de luz que le sobra y basta, ya que, lo único que puede y sabe leer son sus propios pensamientos.
Con paso vacilante, se dirige al rincón de Chisco. Allí, tumbado en la paja seca, lo encuentra dando buena cuenta del grano de la espuerta comedera.. Después, es él quien se desprende de sus mojados peales y atiza el fuego, medio dormido durante el día y que, ahora baila entre ardientes chustas.
Esto es vida!, piensa, mientras saca de la alforja su magra cena, aunque hoy, por ser el día que es, va a hacer algún extra y mañana Dios dírá, pues no es dia de viajar el de Navidad. Se tumba al lado del fuego, en su jergón de romeros secos, pensando en que, mañana, bajará al pueblo, con sus mejores atos, a la misa mayor, donde, siempre, recibe algún aguinaldo atrasado. Chisco no, se quedará descansando que buena falta le hace, pues los años también le pasan factura...
Por su mente, van pasando recuerdos vagos de una infancia que, quizá, hasta fue feliz, aunque nunca lograra traspasar esa cortina de la felicidad. Solo miseria, hambre.., Diós!, qué fría es el hambre, y palos, muchos palos vuelan entre las figuras caprichosas que forma el humo amigo. Al final, el sueño y el cansancio ganan la partida.
Pero estaba escrito: no iba a ser aquella su noche más tranquila, aunque, quizás, pasado el tiempo, fuera la más feliz.
No más, vencido por el sueño, atinó a oir, como en la lejanía, unos ténues golpes, casi temerosos, en la puerta de su choza. Alguna alimaña, pensó, viendo seguro el descanso de su viejo asno.
GRECO
Continuará...

Monday, May 21, 2007

EL PERILLÁN DESPERILLADO (final)



Acordándose de su rabadilla dolorida, afanose el fraile en cortar bello hasta donde no lo había, de tal suerte que, al terminar el esquiléo, el pícaro había perdido el conocimiento, trayéndolo, de nuevo, a la vida la vuelta al dolor que le producía el rascado, paciente y concienzudo, al que le sometía el lego.
Así, desollado y como su madre lo trajo al mundo, entre chanzas, mofas e insultos de los viandantes, vino a dar, con su malherido cuerpo, en las heladas aguas de la fuente pública. No sabía si le dolía más el cuerpo por los escozores que le producía el agua sulfurosa, o el alma, por las mofas de sus vecinos que, ajenos al asunto que llevaba entre piernas que no entre manos, tomábanlo por loco, viéndolo de tal guisa, esquilado hasta las cejas y desollado.
Cuando, pasadas las dos horas, atinó, de nuevo, a llegar al convento para terminar con el "tratamiento" a sus males, ya le esperaba el monje, escudilla en mano, para dar por finalizada su venganza, pues no otra cosa era el tejemaneje al que tenía sometido al perillán.
-- Aquí vuelvo, hermano, tal y como dijísteis. Solo os pediría me dejáseis reposar un rato, aunque sea sobre la dura piedra, para que vuelva en mí y sepa quién soy, pues hasta eso he olvidado.
-- No es posible, hijo. Ves esta escudilla? La pócima que os he preparado no admite demora en su aplicación, so pena de perder todos sus efectos benéficos y he gastado con vos todo el preparado del que disponía.
-- Pues, si otro remedio no queda, sea como decís y a todos los santos encomiendo mi ser.
Falta os hará, sin duda, rumiaba el lego, mientras revolvía, sin cesar, el brebaje.
-- Echaos encima de la mesa y mantened las piernas bien abiertas, a fin de que pueda maniobrar con facilidad. Así, así...
-- Ay...!, sabed que noto como si me abriesen en canal.
-- Paciencia, hijo, pronto abandonareis esa sensación, para sentir como si os eleváseis sobre vos mismo.
Dicho esto, sin mediar advertencia alguna, vertió la pócima sobre los genitales del desgraciado truhán que sólo atinó a soltar un alarido sobrehumano, antes de quedar sumido en un sueño del que le costó despertar tres dias con sus tres noches.
-- Me habré pasado con el ácido?..., sólo Dios lo sabe.
-- Dónde estoy? Qué me sucede?
-- Cosa de poco; no resistísteis como habíais prometido, la prueba definitiva, pero Dios sea loado, habeis salido de ésta con severas quemaduras que os evitarán, de por vida, el deseo libidinoso de la carne. A fe que habeis quedado limpio de cualquier enfermedad vergonzosa y os auguro una longevidad que, por otro lado, no sé para qué os va a servir.
-- Y podré andar?
-- Claro, hombre, con muletas, pero sí, andar andareis; lentamente, eso sí. Tampoco os podreis conducir de forma violenta, con piernas y brazos, pero ya los habeis malempleado bastante...
-- Pero es que..., entonces...
-- Tranquilo, hombre, no os exciteis que ello no os reporta beneficio alguno, como tampoco os lo reportó la coz que me dísteis, hace años, a la puerta del convento, recordais?
-- No consigo recordar...
-- Bueno, seguro que ya nunca lo olvidareis. Id con Dios, hermano y cuidad mucho vuestras amistades porque, si teneis que tornar a mí, he dejado poco de vuestro cuerpo por salvar.
Así fue como a aquel buen lego, nunca más le volvió a doler la rabadilla y el perillán tampoco olvidó al buen lego.
Greco

Saturday, May 19, 2007

EL PERILLÁN DESPERILLADO (1ª parte)



Hallándose un perillán de bajas luces, refocilándose con hembra fácil a la puerta de un cenobio, hete aquí que dió en pasar a su lado un lego mendicante que, a buen seguro, sin aviesa intención, interrumpió la feliz coyunda con su demanda limosnera, recibiendo, a la postre, un soberano puntapié en su mermado trasero que más pareció coz de mulo loco.
Malherido, el buen lego, más en el alma que en el cuerpo acostumbrado a cilicios y vergajos penitenciales, a duras penas, atinó a susurrar un "Dios te lo pagará, hermano", mientras entraba en el convento a toda prisa, no fuera a ser que aquel desheredado arremetiese, de nuevo, con sus golpes.
Pasó el tiempo. Nieves y estíos se sucedían con anodina monotonía, en el diario quehacer frailuno, sin que nada turbase la tranquilidad monacal. Así todo, un buen día, sonó la campanilla de la portería con inusual insistencia.
-- Quién necesitará de nuestro auxilio con tal premura?, susurraba el lego, avivando su paso.
-- Alabado sea Dios, hermano. Qué deseais de este siervo de los siervos?
No podía dar crédito a lo que veía. Ante sí, dolorido, hecho una piltrafa, se encontraba aquel pícaro que, en su día, le había dado de puntapiés por cumplida limosna.
-- Qué se os ofrece, hermano?
-- Ay, padre, qué dolor...!
-- Qué te han hecho? Por ventura te han asaltado para robarte?
-- Sí, hermano: me asaltaron y me robaron. Me asaltó una legión de bichitos pequeños que parecían inofensivos y que, noche tras noche, me chupan la sangre. Empezaron por salva sean las partes y ya han tomado todo mi cuerpo. Al tiempo, vergüenza me da confesarlo, pero tengo lo que queda de lo que fue miembro viril, como en carnes vivas. Todo ello, con los escozores que conlleva, me ha robado la calma y hasta las ganas de vivir, que ando sin hambres y dolorido.
-- Hmmm..., vamos a ver, soleis andar por los burdeles?
-- Esa, esa es la causa de mi vergüenza.
-- La causa de vuestra vegüenza y de que esos "bichitos" como llamais, que más que ladillas parecen cangrejos, os vayan dejando huero de tánto chuparos las entrañas.
-- Creeis, buen hermano, que podré curarme?
-- Con la ayuda de Dios y no poco esfuerzo y dolor, es posible que salvemos lo poo que queda de hombría en Vos.
-- Haga, haga todo aquello que vea menester, que yo aguantaré el dolor y sabré recompensaros como corresponde a tamaño favor.
Espero que no sea la recompensa como la única vez que nos vimos, pensaba el humilde lego, a quien todavía le dolía la rabadilla por mor de aquel malhadado encuentro.
-- Lo primero que debereis hacer es desnudaros. Es menester quemar todas vuestras ropas, así como las que conserveis en vuestra casa.
-- Pero, hermano, son ricas y valiosas...
-- A las ladillas que por ellas camparán a sus anchas, nunca les ha importado el valor de los vestidos.
-- Si no hay otro remedio...
-- No, no lo hay. A continuación, os he de esquilar hasta dejar vuestro cuerpo como el culo de un recién nacido, para, a continuación, pasaros la teja, rascando fuerte, como a cerdo en matanza.
-- Pero eso será muy doloroso...
-- Más dolores pasaron nuestros mártires y eran inocentes. El dolor os servirá para purgar vuestro pecado carnal y purificará vuestros deseos.
-- Y bien, a qué más torturas he de someterme?
-- Ahora, sin duda, llega la parte crucial y dolorosa y espero estéis a la altura de las circunstancias que hasta mí os trajeron.
-- Contad, contad, hermano, que no puedo con el desasosiego.
-- Habeis de ir, sin que tela alguna roce vuestro cuerpo, hasta la fuente pública, de la que manan aguas ricas en sulfuros y permanecereis, sumergido en sus aguas, hasta la altura de la barbilla, durante dos horas.
-- Pero terminaré congelado...!
-- También se helarásn las crías de ladilla que os puedan quedar. El sulfuro os quemará y abrirá los nidos de tan perversos huéspedes, me seguís?
Y he de exponer mis vergüenzas, por la calle, en el trasiego de ida y vuelta?
-- Mucho hablais de vergüenza, cuando nunca os ha importado hacer exhibición de vuestros apetitos libidinosos y pecadores. Estais a punto de acabar con mi paciencia y, a fe de nuestro Señor Jesucristo, que, si no seguís, al pie de la letra, todo cuanto os digo, quedareis, de por vida, de la poca que os quedaría, sometido a dolores tales, que el infierno os parecería el paraíso.
-- ea, pues, buen monje, que comience mi martirio.
Greco
continuará...

Saturday, May 05, 2007

LA PUTA HILARIA ( 2ª parte )



El que sí resultó tocado, en cuerpo y alma, fué D. Frasquito que hubo necesidad de agotar toda su existencia de sales para no sufrir un inferto, ante la posibilidad de que le birlasen tan preciada presa, en su ausencia, Eso, nunca!....
Más pomposo que nunca, vestido con sus mejores galas, apareció en la taberna, dispuesto a asestar el golpe definitivo a su conquista. Su velador, como siempre, lo esperaba vacío, deferencia del resto de los parroquianos que, de esa forma, demostraban su respeto y agradecimiento por las muchas invitaciones recibidas.
-- Hola, D. Frasquito. Cómo lo eché de menos el domingo por la tarde...
-- Pero criatura, cómo quieres que vaya al baile? No es que no me respondan las piernas y el corazón, pero no creo estuviera bien visto, dada mi edad...
-- Pues mire, le estuve esperando, pero, claro, al ver que no llegaba, no tuve más remedio que atender a otros clientes que me reclamaban.
Sabía que no podía ser de otra forma, se recriminaba D. Frasquito por su falta de confianza.
-- Bueno, Ily, no te preocupes, yo comprendo que te debes al negocio.
-- Sí, pero ya sabe que, estando usted aquí, para mí no existe otro hombre al que atender...
-- Anda, zalamera, atiende al personal que, hoy, cuando cierres, te tengo una sorpresa reservada.
-- Ay, D. Frasquito! Qué bueno es usted conmigo...
-- Bueno, Ily, aquí, en la taberna, ya sabes, para evitar comentarios y habladurías, llamamé D. Frasquito, pero, entre tú y yo, en privado, me puedes llamar Frasquito a secas...
Dicho lo cual, siguió la dama, con su contonéo habitual, moviéndose entre las mesas, entre roces y piropos de más que dudoso buen gusto, cruzando su mirada con la de Antonio, sentado al lado de la barra, con una complicidad para nada extraña.
Así discurrió la tarde, sin que el indiano se moviese de su velador, atento a cualquier movimiento de su amada. Fué llegado el momento del cierre, cuando el vetusto galán quemó toda su pólvora, al acercarse a la moza:
-- Esta noche, a eso de las once, te espero en mi casa.
-- Uy, D. Frasquito, cómo voy a ir a su casa a esas horas? No es que no lo desee con toda mi alma, pero se figura si alguien me ve? Qué sería de nuestra reputación?
-- Tranquila, niña, lo tengo todo pensado. Toma esta llave. Es la de la puertecilla que da a la parte trasera de la casa. En ese callejón oscuro, nadie te verá y, si te viere, callará por su propio interés, pues no creo que stuviera allí rezando precisamente.
La llave, como no podía ser de otra forma, voló directamente, de la mano del anciano, al "canalillo" generoso de la Ily.
Cuando el gallo cantaba, de amanecida, tan sigilosamente como había llegado, salía la moza de la mansión del indiano, con una bolsita con la que no había entrado y que, noche tras noche, llevaría consigo en su trasiego. Dentro, el pago, en forma de regalos, con que D. Frasquito obsequiaba a la hermosa Ily, por su fidelidad en el caméo, únicamente comparable a su prudencia en el trato ante extraños.
Cómo no, Antonio, el joven veterinario, al tanto de todo el tejemaneje, aprovechaba, con la excusa de servir como tapadera y disfrutaba de los favores de la tabernera que salía de la casa de D. Frasquito más arrebolada que satisfecha.
Los días y, más bien, las noches, fueron pasando, engordando la alcancía de ily, en la misma proporción que disminuía la cuenta de Frasquito, al que ya llamaba de tal guisa, tanto en público como en privado. Tampoco escondía sus escarcéos con Antonio, porque, llegado el momento, había acumulado tánta riqueza, que se podía permitir el lujo de vivir su vida sin recatos.
Con tanto trote, la salud de Frasquito se fué quebrantando; pero, era tal el empeño que tenía con su querida Ily, que no se daba cuenta de que, no solo se le escapaba la vida, si no, también, toda su hacienda, quedando reducida a la casa en que vivía y de la que pronto sería desahuciado, para hacer frente a las numerosas deudas, contraídas para calmar las exigencias que, día a día, su querida que no amada Ily, le requería.
Y ese nefasto día llegó, cómo no, en forma de mandato judicial. De nada sirvieron súplicas, llantos y amenazas; el dasahucio se debía producir al día siguiente.
Llamada que fué Ily, con urgencia, su amada, su querida, dió la callada por respuesta. El anciano, con lo puesto, hubo de ser sacado, por la fuerza, de su estancia y recluído en un manicomio.
Es hoy el día en que, despues de tantos años, todavía se oye, al pasar por el viejo hospital, gritar al loco anciano, como si de voz de ultratumba se tratara: "mecagüen la puta Hilariaaaaaaaaaaaaaa!
Greco

Tuesday, May 01, 2007

LA PUTA HILARIA (1ª parte)




Ancha de trancas, generosa de ubre y andar rústico. Tea tramontana y mirada ligeramente pitarrosa, resto, sin duda, de largas noches al desvelo, entre jaras y matojos de la Casa de Campo de Madrid, donde, sin duda, en sus buenos tiempos, retozó hasta el agotamiento.
Así, de la noche a la mañana, más bien entre dos luces, apareció, de la mano del Lucas, el tabernero, la Hilaria, en Tarabilla.
No se sabe de dónde se sacó una hermana fantasma, de la que nadie, en el pueblo, le había oído hablar. Pero lo cierto es que allí estaba, con la que, en adelante, sería su sobrina.
La historia era sencilla. La moza, a la sazón cercana a la treintena, vivía, con su madre, en la capital. Al fallecer ésta, huérfana de buhardilla, cansada de restregones sudorosos y harta de pinchazos de penicilina, decidió que su carrera, como puta capitalina, había terminado; que sería beneficioso saborear la vida del campo y, por qué no, de dónde venía el dicho de "como puta por rastrojo"?
Tarabilla, pueblo pequeño y hacendoso de La Mancha, no podía permanecer ajeno a las idas y venidas de sus habitantes y, mucho menos, si se trataba de un forastero.
El bar del Lucas "El Rejas" notó, sensiblemente, la afluencia de clientes, máxime, cuando corrió la noticia de que el viejo cascarrabias ya no andaba detrás de la barra. Era Ily, como le gustaba que la llamaran y no Hilaria, nombre de guerra que quería conservar de su anterior vida, quien, con más garbo que acierto, se movía, como pez en el agua, entre las mesas, permitiendo ligeros roces de bragueta que elevaban la temperatura ambiental del local y hacían olvidar los pequeños defectos en el servicio, fruto de la inexperiencia en tal cometido. Como la disculpaba el respetable: "nadie nace aprendío!"
Los días pasaban apacibles en Tarabilla. Ily, cada vez más integrada, había entrado ya en esa fase en la que conocía a sus clientes, prácticamente todo el pueblo, por sus nombres o apodos. Con todos se comportraba de forma afable y cariñosa, permitiéndoles ciertas pequeñas licencias, pero manteniendo siempre la distancia necesaria para evitar compromisos.
Como era de esperar, las "fuerzas vivas" de Tarabilla, no podían ser ajenas al revuelo que la llegada de Ily había levantado en el, hasta ahora, tranquilo pueblo.
D. Modesto, el cura, no pudo por menos que fruncir el ceño cuando supo de la existencia de la vital tabernera. D. Juan, el boticario, como buen comerciante, vió en Ily una nueva clienta, sin más. En cuanto al médico, D. Luis, recién casado él, bastante tenía con el doble trabajo de cuidar de la salud vecinal y de cumplir como nuevo esposo. Solo el joven veterinario, Antonio, como a él le gustaba le llamasen, ajeno de cargas familiares y de escrúpulos de conciencia, vió en Ily una futura conquista.
Pero hete aquí que, en Tarabilla, un viejo hacendado, llegado de Las Indias, forrado de oro hasta las cejas y carne de ama de llaves, cosa rara en él, comenzó a frecuentar la taberna, haciendo ostentación de su riqueza, llegando, ante el asombro de propios y extraños, a dispensar invitaciones a unos y a otros, intentando ganarse la atención de la joven dependienta que, a su vez, no hacía nada por disimular su asombro ante tal derroche. La hermosa cadena de oro que cruzaba su oronda panza, sujetando el pesado reloj del mismo metal, era suficiente credencial acreditativa de su poderío económico.
Fácil presa, pensó D. Frasquito, que así se hacía llamar.
Fácil presa, atinó a murmurar la Ily, que vió una buena forma de enriquecerse con premura.
Asi, con zalameras sonrisas, guiños picarescos, ligeros pellizcos consentidos y gestos de complicidad, día a día, fué D. Frasquito cayendo en la tupida red que, tan ladinamente, le iba tendiendo la reconvertida cortesana, pensando, a su vez, que era él quien la "llevaba al huerto".
Quiso la fortuna, buena o mala, pero siempre buscada, que, por aquel entonces, apareciera Antonio en la vida de Ily, con motivo del baile dominical que, invariablemente, se celebraba en un corral, anejo a la taberna.
Ante el general jolgorio de los asistentes, Antoio e Ily bailaron alegres hasta la extenuación, habiendo quien comentó: "no hacen mala pareja"..., algo que no entraba en los cálculos de ninguno de ellos que, jóvenes, solo pensaban en su propio divertimento.
Como no podía ser menos, la noticia corrió como la pólvora. D. Modesto, mosqueado ante tal demostración de desfachatez mundana, pensó en recriminar, seriamente, a Antonio su conducta, aún a sabiendas de que de nada serviría su sermón en el desierto.
(continuará...)
Greco

Sunday, April 22, 2007

LAS ALPARGATAS

Las había de dos clases: de ricos y de pobres.
Tenían algo en común, la lona blanca que las conformaban, cuyo blancor duraba lo que un partidillo de futbol en la plazoleta de la escuela. después, el polvo rojizo que las impregnaba, unido al agua del pilón, hacía que tomaran un color amarillento que nos gustaba, que hacía que parecieran más recias.
Pero a lo que iba. Las alpargatas de "pobre" tenían el piso de esparto. Lo curioso es que el piso estaba perfectamente igualado y, en su parte interior, sobresalían las puntas de forma que te martirizaban como si de un cilicio se tratase. Las de "rico" tenían el piso de cáñamo, suave, con una puntera de cordoncillo que te atenuaba el dolor cuando le pegabas una patada al balón o a una piedra perdida.
Lo cierto es que, después de no mucho tiempo, de tánto frenar la rueda delantera de la bici, se terminaba formando un surco en la suela, tanto en las de rico, como en las de pobre, que las dejaba inservibles. Era el momento de acudir al "Raca".
Lo del "Raca" era el mote del zapatero remendón del pueblo que, en realidad, se llamaba Emeterio, pero que debía ser muy rácano, poco dado a dispendios y austero de costumbres.
Las malas lenguas comentaban que, como buen católico, entre lezna y cáñamo encerado, todos los días oía la misa por su vieja radio y, cuando le llegaba el sonido del pase de la bandeja, la apagaba para que no le quedara mala conciencia.
Pero había que acudir a él ya que era quien únicamente disponía de las pocas cubiertas de ruedas que, préviamente, compraba al boticario y, por veinte céntimos, nos ponía las suelas.
Era cuando, verdaderamente, comenzaba la vida de las alpargatas. Y mira que nos iba bien con este sistema!
Todo cambió cuando un buen o mal día, llegó al pueblo una máquina infernal que echaba humo por todos lados y escupía, justo en la plaza, un líquido viscoso, negro y que olía a algo raro. Dos forasteros, sujetando una "manga riega", teñían de negro total la plaza del Parador, nuestra plaza de siempre.
Aquello fué una revoloción. Los comentarios se dispararon en el pueblo. Quizá fuera para despiojar, ya que olía un poco a zotal. D. Carlos, el maestro, nos dijo que ese líquido asqueroso servía para "compactar" (nunca supimos qué era eso) el piso de la plaza. Lo cierto es que fué la hermana Juana la que nos convenció, la que nos dijo la verdad. Aquella mañana, camino del convento, no tuvo más remedio que pasar por ese mar ardiente.
Tampoco tuvo tiempo para retroceder; se quedó pegada y, a duras penas, pasado un tiempo de tirones, logró volver a sus lares con el piso de las alpargatas más duro que una piedra.
Idea maravillosa! Había que aprovechar los dos días que iba a estar esa máquina en el pueblo. Emeterio, "El Raca", ya no nos iba a estafar más.
Los forasteros comenzaban a trabajar a las ocho de la mañana y nosotros no entrábamos a la escuela hasta las nueve. La voz corrió como la pólvora. No sé de quién partió la idea, o quizá sí, pero no viene a cuento. Lo cierto es que, cuando aquel engendro empezó a escupir su negra sangre, no hubo alpargata escolar que no corriera, bailara y saltara antes los estupefactos ojos de aquellos dos buenos hombres a los que animábamos para que le dieran más potencia al chorro...
La hora del "caralsol" fué especial. Todos teníamos las plantas de los pies bien calientes. Las huellas, desde la plaza hasta la escuela, nos delataban. La entrada a la escuela... para qué decir.
La salida fué más rápida. D. Carlos no comprendió que estábamos mirando por nuestra ecanomía, sólo, egoísta él, se preocupó porque el piso había quedado un poco, digamos sucio...
Al final, tendríamos que seguir acudiendo al "Raca".
Greco