Relatos de Esparto

Sunday, January 28, 2007

EL HERMANO BOLERO


El hermano Bolero era un personaje atípico, Pequeño, contrahecho, de mirada turbia, con un brazo más largo que el otro y la cabeza gorda. Decían en el pueblo que era así por la guerra. Cosedor de albardas, con agujas de leña pasadoras de pleita, un buen día se cansó y, llevado por el "dorado", se marchó, como tantos otros, a Valencia, buscando mejor vida.
Allí la encontró, aunque, seguro, no pudo olvidar su apodo, Bolero. Y no es que bailara, no, es que no había nadie, en el pueblo ni en los contornos, que boleara como él. Era su forma de jubilar sus complejos. Siempre pensamos que su brazo izquierdo era más largo por eso, porque la bola de plomo en su mano, no había camino ni vereda que se le resistiera.
Era un campeón, pero, sin duda, seguro que fué esa la causa de que le creciera más ese brazo, ya que, si le explota una bomba en la guerra, seguro que lo habría matado del todo y no a pedazos, digo yo.
Pero yo iba a otra cosa. Como tantos emigrantes, el hermano Bolero, año tras año, volvía al pueblo en vacaciones. Había tirado la casucha de adobe, estigma de su juventud y se estaba construyendo una casa de verdad, decían que hasta con lavadora y todo, como las de los señoritos a los que tántas veces tuvo que aguantar.
Pero aquel verano fué diferente. El hermano Bolero vino con su hija Águeda que pronto pasaría a llamarse "Aguedilla", tanto por su tamaño, como por su edad, ocho años. La verdad es que, en el pueblo, no teníamos mucho para escoger, ya que las madres, no sé por qué, no dejaban a sus hijas que anduvieran con nuestra cuadrilla. Pero, precisamente por eso, estábamos todos libres, los formales, sin embargo, no.
Las que venían de fuera eran diferentes. Con sus minifaldas, escandalizaban a todo el pueblo menos a nosotros. No me lo explico, ya que era un soplo de aire fresco. Que se lo pregunten al
Luisillo.
Aquella tarde, según paró la Golondrina, siempre renqueante y dejando un reguero de polvo en El Parador, como siempre, expectantes y ya próximas las fiestas, nos dimos cuenta de que ese año nos íbamos a quedar a dos velas, como casi siempre. Bajaron cuatro mujerucas, cargadas con sus cestas llenas, producto del cambalache en la capital, pero nada de nada en lo que se refiere a veraneantes.
Solo nos quedaba la Aguedilla y Luisillo se nos había adelantado, precisamente porque lo creíamos el más lerdo. Es que no te puedes fiar ni de los mejores amigos. Llegado un momento, no se comparte nada. La tenía casi secuestrada. Se apartó de la cuadrilla y no hacía nada más que tontear con ella, delante de nuestras narices. Encima, a su madre, le caía bien, apesar de que no había pasado de la primera lección de la enciclopedia. Es lo que comentábamos: qué porvenir le esperaba a esa muchacha con el Luisillo?
Con todas sus calimas, pasaba el verano. Al Cojobolas se le metió una raspa de trigo en el ojo y, en nuestro afán por sacársela, casi le sacamos el ojo entero. Al final, tuvieron que llevarlo a la capital y volvió con el ojo tapado, con lo que ya era cojo y tuerto, convirtiéndose en nuestro ídolo.
Jugando las rebailotas, hechas con las bellotas del Tin, haciendo hora, una vez más, para la llegada de la Golondrina, blanco como un fantasma, apareció en el corro el Luisillo
Tiene un ojo vago!
Tóma ya!, y qué es eso?
Pues no lo sé, pero la Aguedilla me ha confesado que tiene un ojo vago.
Hombre, a mí me han dicho muchas veces que era un vago, le espetó el Pirracas, pero un vago entero, no solo de un ojo.
Qué raro, pensé. El hermano Bolero tiene un brazo más corto que el otro y la hija un ojo que no trabaja...
Tranquilo, Luisillo. Te vamos a ayudar. Les queda un mes para volverse a Valencia. Si confías en nosotros, aunque nos has tenido abandonados, verás como se nos ocurre algo para hacerle trabajar a ese ojo y que te quede la Aguedilla como nueva.
A ver qué vais a hacer, que me da miedo...
Tranquilo, Luisillo
Greco

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