Relatos de Esparto

Sunday, January 28, 2007

LA ERMITA VIEJA


Eh!, buen hombre, creo que, junto a esta encina, hubo, en un tiempo, una ermita.
La fuente calla, el viento se enreda entre los zarzales que bordean el camino. Las cigarras ensayan su concierto monótono. Abrasa el ambiente. Los cuerpos reflejan con el sol del mediodía castellano.
El viejo entreabre sus ojos, cansados de ver, y deja asomar una sonrisa casi burlona.
Eran otros tiempos, dice y se sume en los sueños del recuerdo, casi con recogimiento.
Eran otros tiempos...!
Los pastores subíamos cada tarde, a la hora del ángelus. Aquí terminábamos el pan del día y apurábamos las botas de vino. Entre bromas y risas, refrescábamos nuestros pies en la fuente vieja.
Ermita, encina, fuente, todo está vivo en él. El tiempo ha parado su carrera. El recuerdo toma cuerpo.
Una vez al año, sabe usted, venía el Arcipreste. Era un día muy grande; cada uno traía su mejor bestia y su mejor moza, je je je,... Era el día de la bendición. Retozábamos y bailábamos hasta quedar rotos. El vino corría generoso en ese día, adobado con recias tajadas de queso añejo. Sí, sí, entonces yo también era jóven, sabe usted?...
El olor a tomillo y espliego acaba sofocando. Ahora su respiración se altera. Decían, ya en tonces, que el señor cura venía para espantar, con su bendición, a los espíritus malos. La verdad es que, en tantos años, yo nunca pude ver ninguno, pero sé que los había...
El escepticismo que aflora a mi rostro no hace mella en él.
Claro que los había; salían en las noches de luna llena y andaban vagando por los zarzales, descalzos, macerándose los pies, para purgar sus culpas. Yo no los he visto, señor, pero los he presentido en más de una ocasión. He notado inquieto mi rebaño y, al día siguiente, he visto huellas raras entre los espinos.
Nadie osaba, sin embargo, acercarse en las noches a la ermita y, hasta el santero se bajaba al pueblo. La campana enmudecía y sólamente quedaba el murmullo de la fuente.
En una noche de los santos, un hombre rico de estos contornos, cansado despues de una partida de caza, despreciando lo que la leyenda decía, decidió pasar la noche bajo esta encina. Nunca lo hubiese hecho!... Al día siguiente, lo encontraron muerto.
Las alimañas habían sacado sus ojos y sus miembros no existían. Digo yo, señor, si sería justicia de las ánimas. Lo cierto es que no tenía muy buena fama por estas aldeas y que aquí, aquí, acabó su vida.
El miedo cundió. Ya no nos reuníamos más a la hora del ángelus. Y nadie quiso saber de la fuente vieja; tenía hechizo, decían las gentes, no sin razón.
Cuando el santero, por exceso de años y de vino, murió, ya nadie quiso venir a reemplazarlo, apesar del pan y el vino del que el Concejo proveía. La gente jóven, usted lo sabe, no quiere gaitas de estas. Así, poco a poco, abandonada, cansada, un buen día, se derrumbó la ermita. Parecía que, con ella, desaparecían los temores, los malos espíritus.
Aquel día corrió la noticia de boca en boca, como un reguero de pólvora. Todos se esforzaban por estar contentos, pero ninguno lo estábamos realmente. Sabe usted, eran otros tiempos. Otros tiempos...!
Refresqué mis pies de caminante del mundo en la fuente vieja. Interiormente, agradecí en lo profundo de mi ser a aquel viejo, el que me hubiese hablado casi con veneración, de algo muy hondo en él. No quise turbar su sueño por más tiempo.
Adiós, encina, fuente, ermita. Adiós, buen hombre, adiós... .
Greco

2 Comments:

  • At 4:49 PM, Anonymous Anonymous said…

    Sabes, en aquellos tiempos hubo alguien que dijo haber visto un día una pequeña cruz puesta al revés en un rincón de la ermita...casi escondida.

    Yo no me daría una vuelta por el lugar de noche.

    Bruma

     
  • At 5:27 PM, Blogger Greco said…

    Tampoco es eso, eh? Eso es rizar el rizo y digno de un relato aparte.
    Gracias, Bruma

     

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