Relatos de Esparto

Friday, January 26, 2007

EL INCENSARIO


El "Cojobolas" era más de cirial, siempre lo había sido; pero, aquella tarde, seguro que por incordiarme, se pidió el incensario, al que, desde que lo dejó el "Quemasayas", me pertenecía`por veteranía en la sacristía.
Era una ley no escrita que se llevaba a rajatabla y que nadie, hasta ese día, se había saltado a la torera.
Nunca supe lo que pasó por su cabeza para enfrentarse, de esa forma, a la santa cuadrilla. Lo cierto es que, contra su costumbre, esa tarde, él que siempre se presentaba con el cirial encendido, se presentó en el convento media hora antes de la novena, se cogió el incensario y no hubo quien se lo quitase.
Lo que más me fastidió es que el cura, quizá con la intención de provocar en ese descreído un afán de santidad, le dió la razón y el mando de la ceremonia para que pudiera chulearse delante de la Juli, hija del santero, por la que todos estábamos pirriados.
Lo cierto es que, esa tarde, me quitó el incensario. Pero no le iba a salir gratis,
"Chulín", zumbándole todavía el oído de la guantá que le arreó la Ramona, henchido de fervor popular que supongo expondría en Valencia para rubor de sus condiscípulos, llegó en el momento providencial, cargado de petardos. Era como una bomba humana. Ya le comenté al "Pirracas", único que fumaba, que no se acercase mucho, que podía explotar en cualquier momento.
Siempre, en el momento de revestirse, la sacristía se convertía en una jaula de locos. Los cambios de sotanas y roquetes era el momento ideal para cargar, mejor dicho, recargar el incensario que me había pirateado el Cojobolas.
Allí estaba, en el suelo, con las cadenetas desarboladas, cargado de incienso, esperando su gloria.
Ahí me ganó Chulín para siempre. No se lo pensó ni un segundo. Este chaval, quizá por sus aficiones falleras, no tardó ni un minuto en recargar el incensario de petardos, ante el regocijo impenetrable del resto de la cuadrilla.
Siempre se repetía la misma escena. Bajo los acordes del vetusto órgano que el hermano Ricardo aporreaba con ademán cansino, con el convento a rebosar de fieles más proclives a lucir sus vestimentas que su fe, aparecía el monaguillo con el incensario. Era el primero, por eso me gustaba a mí. Después, iba el párroco y, siguiéndole, como corte de sirvientes, el resto de los monaguillos, precedidos por los ciriales que, casi siempre, se apagaban.
El Cojobolas, más airoso que nunca, movía el incensario, intentando darle aire al incienso, sin saber lo que le esperaba.
Todos en el altar, fija la mirada en el incensario.
Jó, cuánto tarda en prender la pastilla que tenía que prender el fuego sacro...
Queridos hermanos:...!
La hecatombe! Pienso que Chulín se pasó. El humo nos privó de disfrutar del resultado de nuestra pequeña aventura. Cuando se disipó, allí no quedaba nadie.
Nunca vi un cura con la sotana tan negra y la cara tan blanca, la verdad, pero lo más curioso es que el Cojobolas había desaparecido, cuando nosotros, aunque con algunos tiznones, seguíamos allí.
Greco

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